Un día me dijeron que el mundo estaba lleno de idiotas. Que solo había que
encontrar al idiota que te hiciera feliz. Aquel que pudiese [o no] compartir
tus aficiones y tus gustos, complementándose contigo y haciéndote sentir
especial. Haciéndote sentir parte de su vida.
Me dijeron que lo habitual es encontrarse con un idiota en cada esquina, y
que lo lógico es darse de bruces con ellos. Y es que ése es el juego de la vida,
[y el destino]. A veces complicado, a veces caprichoso [a veces simple].
Un día me dijeron que mi idiota estaba ahí [por ahí]. Y que quizás, justo
ahora, estaría con otra sin saber de mi existencia [ni yo de la suya].
Me dijeron que cuando aparece, se sabe. Y que cuando lo tienes delante, lo
sientes. Sientes que es él. El idiota de tu vida.
Gin.
Tú y yo debíamos escribir una historia a medias. Nuestra historia a medias.
Pero nuestro amor duró lo que duran dieciséis estaciones, y lo que hicimos
fue dejarlo todo a medias tintas.
Nos quisimos como nadie, aunque nadie entendía como nos queríamos [tal
vez ni nosotros mismos]. Y aunque a veces le hacíamos publicidad a Trident
[porque otra cosa no, pero cuando reíamos, reíamos de verdad, [con ganas]],
ahora me siento como Montescos y Capuletos intentando rescatar nuestro
amor de lo perdido.
Y es que quizás no nos tocaba ser un nosotros. Quizás nos tocaba ser un tú
y un yo en singular y simplemente nos equivocamos.
Quién sabe.
Gin.